pues nada, que se me cayo la casa, y como soy tan ordinario, que me dije:
—oye pedazo de imbecil, ya dejate de bobadas y create otro blogue, total que mas da...
y pues aqui lo tienen.
con ustedes el sal y pimienta y yo. (el yo soy yo he!!)
DECAPITADOS
Arribaron como a las seis del mediodía; los reportaron a las tres de la misma tarde, cerca del Ajusco, bosque enclavado a orillas del Distrito Federal, en un pasaje de vía que conecta con Toluca, capital del Estado de México. Un total de cinco personas muertas. Un lugar de descanso y esparcimiento, donde la gente venia a comer y pasar un buen rato en compañía de la familia. Tal vez por ser un día entre semana la afluencia era mínima. Por eso, pese a haber sido arrojados alrededor de las siete de la mañana, fueron avistados tan tarde. Apreciaciones del forense; meras especulaciones de rutina.
Hombres de media filiación, entre veinticinco y cuarenta años, con señas de tortura. A un lado de los cuerpos. un elegante carro blanco, modelo reciente. Los acribillados, todos hombres, tenían otra cosa en común: ninguno tenía la cabeza en su lugar. Las cinco cabezas decoraban malamente al flamante auto; unas puestas en el toldo y otras encima del parabrisa. En un tosco cartoncillo, una leyenda decía:
SOY EL PERRO, ESTO ME PASO POR TRABAJAR CON EL H Y CON EL CC, ESTO LES VA A PASAR A LOS QUE TRABAJAN CON ELLOS.
ATENTAMENTE.
En el radio de los hechos se encontraron varios cartuchos percutidos y pisadas de los sacrificados y de los asesinos, por lo que el escueto informe terminaba como uno más de tantos documentos oficiales: ajuste de cuentas entre bandas enemigas que se disputan los territorios del narcomenudeo y extorsión.
Los policías federales, junto con el equipo de forenses, depositaron los despojos humanos y se encaminaron al anfiteatro de medicinal legal. Acostumbrados cada vez más a esta rutina macabra, ya no se sorprendían y aún menos se asustaban. Eso de decapitar a las victimas y dejar mensajes de persuasión a la opinión publica, además de ser grotesco, nadie lo entendía. Sería la influencia de los grupos extremistas de Medio Oriente, que tenían un modo muy peculiar de cumplir los ritos y de impartir "justicia" entre las comunidades en conflicto.
Sin cuidado, colocaron los cuerpos y las cabezas en las frías planchas de un saloncito formado por dos pequeñas naves, acomodados al azar. Los encargados —casi siempre estudiantes o malhumorados empleados— tenían una tarea aún más ingrata: asignar las cabezas a los cuerpos mutilados; tarea que se dificultaba cuando el carnicero hacia un corte limpio y desprendía la cabeza de su lugar sin tropiezo.
En el Semefo —el servicio médico forense— por cuestiones de higiene y espacio los cadáveres solo permanecían cinco días para su exposición. Si en este tiempo no eran identificados, iban a un crematorio o a una fosa común.
A veces los dolientes identificaban el cuerpo, pero no la cabeza desfigurada; o al revés. No era raro que una cabeza desadvertida coronase otro cuerpo desconocido del que llevó en vida.
Por esas causas y otras peregrinas, el camino final del decapitado era un infierno donde un cuerpo se paseaba de la mano de Luzbel, con una cabeza que no le era propia.
FIN
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