miércoles, 24 de diciembre de 2014

LAS NOCHES DE SEPTIEMBRE



Las noches de septiembre, las últimas son realmente frías y lluviosas. Dicen que las lunas de octubre son las más bellas; yo creo que no, solo es un preludio para los vientos de los muertos… ¿Por qué lo digo? Solo fueron en esas noches que alcance el cielo y el infierno en la sonrisa de esa mujer.




Eso fue hace mucho tiempo que sucedió, yo tendría 14 o 15 años. Ella los 22 o 25, no lo sé, nunca lo sabré. Mi cuarto, que servía de dormitorio, guarida y estudio quedaba justo a la altura de su vivienda. Nunca entiendo los destinos de la vida, la gente los acomoda conforme a los actos que le convengan…




— ¡Vámonos de aquí! Con lo que gano bien la podemos pasar…

— ¿A dónde iríamos?

—Cualquier lugar, lejos de todo esto

— ¡Estás loco! Eres apenas un chamaco, tienes a tu madre, tu familia… como se te ocurre

— ¿Me quieres Rocío?

—…Tu sabes que si. Mucho, te has convertido en mi ángel guardián. Y no lo pensaría nada; si no fueras un chiquillo…

— ¿Eso qué? Creceré en menos de tres años, seré el padre de tus hijos. Los cuidare, los querré. Como te quiero a ti

— ¿No lo sé? No me digas esas cosas, no me hagas creer que pueden ser ciertas. Tu no, por favor, tu no.

—Intentémoslo, siquiera Rocío…




A veces ni yo me acuerdo bien como fueron las cosas. Pero sé que pasó, que sucedió una a una, como una novela antigua; la luna envejece poco en comparación a nosotros.

Pero ya no hablare yo, si no el muchacho embelesado de la bella mujer, en esas noches frías de los últimos días del año.




— ¿Qué haces?

—Nada, vivo enfrente…

—Ah ya veo, eres mi vecino.

—Creo que sí.

— ¿Y estudias todavía?

—No ya no. Me Salí para trabajar, y ayudar a mi madre… todos lo hacemos de por aquí… ¿Y tú?

—Pues ya ves, estoy esperando mi segundo bebé, y este es Marquitos…

— ¿Tu esposo?

— ¿Él? Trabaja, en lo que puede, pero no tiene mucha suerte.

—Toma, te presto estos 200 pesos, ahí después me los pagas.

— ¡Como crees! Si no te estoy pidiendo nada.

—Ya lo sé, pero igual forma me los gastaría en tonteras. A ti te hacen más falta, cómprale leche y pan a Marquitos y tú cómprate algo. Ya después me los regresas.

— ¿Por qué lo haces, que quieres de mi?

—Ya te dije, de todos modos los gastaría… es mejor que tú los uses para algo más necesario.




Mis pensamientos regresan ante el recuerdo de tu silueta dibujada en el marco de la ventana cerrada de tu humilde vivienda. Desde ese punto de vigía nocturno, igual era testigo presencial de la clase de vida que te daba tu marido, casi siempre borracho, amenazante, golpeando en momentos, sin importarle que en tu vientre trajeras vida de los dos. Aunque claro al otro día bastara que pidiera perdón entre sollozos y falsas promesas. Me daba coraje y varias veces estuve a punto de entrar y parar esa artera agresión que eras objeto. ¿Sin embargo que hubiera hecho yo?

— ¡Mira como estas! Estas muy lastimada…

— Me caí de las escaleras y me pegue en la cabeza…

—Si esas escaleras son muy peligrosas. Ten mucho cuidado, toma son 300 pesos, cómprate algo y cómprale a Marquitos. Y baja con cuidado las escaleras, no te vayas a lastimar más…

—Gracias, eres muy bueno. Ya te pagare todo algún día.

Un beso apenas en mi mejilla todavía me arde al recordarlo, la humedad de sus labios, tatuando el alma de este adolescente que descubría el amor. Y así en la penumbra de mi cuarto, veía tu silueta desfilar en eso que se llama vida.

—Tengo miedo, mucho miedo, Marquitos esta malo…

—No te apures Rocío, que el doctor lo está examinando y con la medicina estará mejor, ya verás… tu tranquila

— ¿Qué haríamos sin ti? Ya me da pena, no quiero ser una carga. Ni quiero pensar en lo que dirá tu mamá. Pensara que te estoy sonsacado… ¡Qué pena…! Te quito dinero, tiempo. Es para que anduvieras con una chica de tu edad, de novios…

— ¿Cómo crees? Novia yo… estás loca. Mi mamá no tiene por que enterarse de nada, además, es dinero bien usado, para que se recupere Marquitos.




Los recuerdos se agolpan de esa larga noche, en la que velamos el sueño del pequeño Marcos, las luces de tu vivienda no se apagaron ni un solo instante. Desde mi silencioso visor cuide de ambos. En un momento tu, a los lejos reparas en mí, me mandas un: Te quiero mucho.




— ¿Quieres cenar con nosotros? Anda pasa.

—No, qué tal si te meto en problemas…

—No hay nada de malo. Mírame estoy embarazada, y tu eres un chavo muy bien portado.

Un chavo que cada vez te ama más y más, que por su cuerpo cruzan raros escalofríos de emoción. El tiempo se detiene en una estampa que se niega perderse en el pasado.




— ¿No te gustaron las tortitas de papa?

— ¡Claro que sí! Pero ya me llene, en serio.

— ¿Que tanto me ves?

—Tu pancita; te ves muy bien…

—Mentiroso ¿Quieres sentir al bebe?




Ansias, miedos, deseos. Ganas de la vida, de los muchos sueños arrumbados entre las cobijas de esas noches y esos días. Del vientre a al pecho, a tu boca. Cerramos los ojos y la primera caricia tenue, sencilla, inocente; piso el precipicio de las pasiones humanas.

—Te quiero mucho.

— ¿Así como estoy, panzona y con tantos problemas?

—Así, así exactamente, te quiero. Así como estás.




En esa ocasión la oscuridad fue compartida, dejamos que nos envolviera, que ni las básicas razones se interpusieran, entre esas necesidades de amar y crecer en la noche. Fuimos solo eso amantes.

Otras veces no hubo esa complicidad de las circunstancias, de los espacios reducidos. Otras veces, su marido llegaba a la casa. La cortina corrida a lo largo de la ventana ocultaba esa otra noche, que nunca platicábamos, que por nada hablábamos. Era un caso cerrado sin posibilidades al dialogo.

Afuera los perros ladraban con fuerte insistencia, los gritos desesperados de las sirenas rasgaban las calles; al final ese “zumm” del silencio que nunca cesa en los oídos.




—Toma estos 50 pesos, ya es menos mi cuenta.

—Déjalos así, mejor úsalos para que compres ropita al bebe.

—… Yo también te quiero mucho…




Nuestras bocas fueron prisioneras de estas sensaciones, luces que ciegan todo entendimiento momentáneo. Marquitos reposaba dormido en su camita, las respiraciones sosegadas acompañan las ropas de los cuerpos que caen al suelo. Luchan ahora por las caricias de las manos que prodigan muchas promesas. El alma se rompe en gajos, las estrellas fugaces estallan en mil pedazos.




— ¿Que escondes?

—Nada… Estoy bien.

— ¡Otra vez te pego ese desgraciado!

—Ya te dije estoy bien, no pasa nada…

—Te dejo la mano marcada en tu cara. ¡Maldito perro, deberías denunciarlo!

— ¡Denunciarlo! Si denunciarlo y también denunciar que yo una mujer ya grande, casada, y embarazada se acuesta con un mocoso vecino mío… ¿Eso también quieres que haga?

—…

—Perdóname, ya ni sé que digo. Ayer el muy cabrón se gasto todo el dinero en sus amigotes y en sus viejas…

— ¡Vámonos de aquí! Con lo que gano bien la podemos pasar…

— ¿A dónde iríamos?

—Cualquier lugar, lejos de todo esto

— ¡Estás loco! Eres apenas un chamaco, tienes a tu madre, tu familia… como se te ocurre

— ¿Me quieres Rocío?

—…Tu sabes que si. Mucho, te has convertido en mi ángel guardián. Y no lo pensaría nada; si no fueras un chiquillo…

— ¿Eso qué? Creceré en menos de tres años, seré el padre de tus hijos. Los cuidare, los querré. Como te quiero a ti

— ¿No lo sé? No me digas esas cosas, no me hagas creer que pueden ser ciertas. Tu no, por favor, tu no.

—Intentémoslo, siquiera Rocío…




Esto tampoco entendí, de cierto es que no había que entenderlo, ni comprenderlo, solo vivirlo… y eso hacíamos.




— ¿Que me ves pendejo? ¿Qué muy gallito? Ya sé quién eres: el “amiguito” de mi vieja… de mi vieja. ¡He cabrón, que no se te olvide! Te vuelvo a ver por aquí y te acomodo una chinga, que ni tu jefecita te reconocerá. ¿Entiendes, puto? ¡Orale a chingar a su madre!

—Déjalo Martín, es solo un niño…

—¿Niño? Niño, pero bien te cachondea el pendejito este. Nomas que me entere pinche Rocío que andas de caliente te parto la madre, aunque sea lo último que haga. ¡Ya te advertí, culera!




Por más de una semana no supe de ti, ni de Marquitos… la cortina de tu ventana no dejo entrar más luz. Largas vigilias frente a tu ventana, con la esperanza de atisbar tu sombra al menos. En las tardes ya de regreso del trabajo, procuraba no coincidir contigo, por cobardía o para que ese energúmeno ya no te lastimara más…




—Fernando— Una vocecita conocida suena abajo, es Marquitos, ríe y me da un papelito doblado. Lo leo: Te espero en el parque de la otra avenida, cerca de Laguna Mayran a las 8 pm. A distancia tu sonrisa, eclipsa mis penas repentinas.




—Estamos locos, pero te amo… pinche chamaco cabrón… te amo

—Yo a ti Rocío. Vámonos Rocío lejos de aquí, tenemos que buscar nuestra felicidad, la de tus hijos y nuestra, ellos no pueden vivir esa vida…




Tantos besos, tantas caricias que se marchitaban en los rincones de nuestras existencias. La promesa que no se rompe, al menos no así.

En la hora pactada. El día, el momento, el lugar, todo. Me quede ahí de pie por muchas horas, hasta que el ultimo autobús corrió a tu libertad; yo a mi paraíso. Se lo llevo ese último camión de las 12.

Cuando regrese, el silencio era más escandaloso de lo acostumbrado, me puse en el punto del observador, sin duda te venció las conciencias. La vivienda de mis miradas tenía la ventana abierta de par en par, sin los trapos que simulaban cortinas… abierta la ventana, sin ti y sin nada. Vació. Coincidencia, destino, trampa, muerte. No lo sé, pero ya no estabas.

Mi madre dice que las malas noticias llegan sin que las busque uno. Me entere un año después que tu hijo nació, que Fernando se llama, que dejaste a tu iracundo y borracho marido, que tu familia te recogió y que extrañamente eres feliz… ¿A quién le importa todo eso? ¡A quien si no a mí! Que hicimos una historia de amor, entre tanta pobreza, violencia y desamores.




Hoy con mis 26 años me volví acordar de ti… cuando cargue en brazos a mi hija Rocío… tu igual me recuerdas cuando me miras en los ojos de Fernando.




Fin




24 de diciembre 2014




mario a.





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