miércoles, 21 de marzo de 2012

En estos días cumplimos el año en PROSADICTOS...


En estos días cumplimos el año.


Y como sea, raspados, exiliados, olvidados, negados o de repente aparecidos, aun estamos muchos aquí, afianzando lo que en su momento fue la tablita del naufragio.

Gracias dan, gracias, porque a pesar de mis resentimientos, mis caprichos, mis teatritos y demás parafernalia, sigue abierto este foro...

En estas fechas, cumplimos el año y eso es algo de celebrarse, con los amigos, con los compas, con la gente, que con sus granitos fuimos formando este maravilloso sitio de letras.

Que importa, que ahora luzca como una casona de grandes ventanales y puertas de hierro, con muchas salas…  que importa si solo se usa un solo cuarto de todas las habitaciones, es nuestra...

El balón aun esta en los jardines atrás de esta enorme casona, y aun hay algunos que jugamos con él.

Gracias y larga vida a este proyecto.


Sinceramente esos son mis deseos.

mario a.

martes, 20 de marzo de 2012

MONSTRUO

Acabamos de jugar al fútbol. Llueve, y la ropa mojada y llena de lodo nos divierte. Todos somos unos chamaquillos adolescentes que reímos y bromeamos. Chucho es el más escandaloso. Lo sigue Filemón; yo, a corta distancia, voy tras las ocurrencias de todos.
Julieta, mi novia, me mira desde lejos, allá en las tribunas. Es hermosa; a sus dieciséis años está bien desarrollada. Viste una faldita de porrista, de amplio vuelo, y un top rojo con un escote que se derrama por todos lados.

¡Ganamos la final! Compartimos el triunfo y el trofeo de fantasía, como gladiadores olímpicos. La cerveza empieza a correr a raudales. El negro, un chico algo mayor y reservado, bebe y bebe, parece no importarle nada. Mi madre no ve con buenos ojos esta erupción de alegría que nos contagia pero, sin poder hacer mucho, nos la acepta.

Después, la fiesta termina. Chucho y Felipe deciden quedarse en mi casa. El negro se queda echado sobre una pila de cartones; yo, con cierta compasión le paso una cobija. Pobre, me da lástima, nadie le conoce familia o parientes. Encojo los hombros y me voy a dormir, no sin antes encontrarme con mi Julieta. Nos besamos, nos abrazamos... Nuestros cuerpos jóvenes se buscan, las manos hurgan esos caminos tan deliciosos que las horas parecen minutos. A lo lejos alguien prende una radio. Una rítmica melodía de los Beatles llena la casa de melancolía.

Ya es tarde, nos da la una; no somos unos santitos pero somos prudentes. La dejo en la recámara de mi madre, que duerme arremolinada en la cama que tiempo atrás compartió con papa, antes de que él muriera en el accidente de la fábrica. Desde entonces vivimos solos. No quiero causarle un daño más a mi jefa. La música triste de los Beatles sigue; voy hacia mi cuarto. Me siento cansado y exaltado, estoy pensando tonterías. Me quito la ropa y me doy un baño de agua fría pero ni así logro quitarme la calentura que me dejo Julieta. El sopor que deja la lluvia en la tierra seca me enerva. Juego con la idea de seducir a Felipe; total, son juegos de niños que de más morros jugábamos. Pienso, ¿con el Chucho? ¡No! Es más chico. Además no hay confianza. Me encuero por completo; acaricio con pausados movimientos el erecto miembro, que escurre una mielecita trasparente de satisfacción. Me imagino, palpando las nalgas del Felipe, tocando su verga, sopesando sus huevos y luego él, tal vez por efecto de las cervezas, pues quién sabe si hasta me la chupa. Con esos absurdos pensamientos, me dispongo atacar la idea, ponerla en juego.

¡Oh, desilusión! hay alguien más con Felipe. Es otro jugador del equipo, me acerco con sigilo... Es Juan. Juan también se quedó, pero ¿cuando, si no lo vi? En fin... Además, mis intenciones sólo son ocurrencias, puntadas nada más. Tengo sueño; no tengo otro remedio que acostarme con el Chucho, ya sin morbo ni libidinoso afán. Levanto la frazada y me acomodo como puedo. Las luces están apagadas... El sueño se va apoderado de mis ojos, un arrullo va venciendo mis ojos. Giro el cuerpo; inconscientemente pego mi vientre a la espalda de Chucho... Algo viscoso siento. ¡Que raro! Pienso, a lo mejor este wuey se hizo... ¡Pinche menso! No lo pienso, llevo mi mano a ese puerto y luego la subo a mi nariz. Descubro un olor desagradable y enciendo la lámpara del buró: de mis dedos escurre un líquido blanquecino y rojo. Es sangre y semen.
—Chucho, ¿qué te hicieron?
El adormilado se incorpora, me mira con incredulidad, pero al darse cuenta de su estado se espanta, en un acto reflejo se cubre, lastimado.
Los otros también se alarman. "¿Y ahora qué?", se preguntan.
—¡Malditos! ¿Qué te hicieron? —grito y vocifero. Una voraz indignación entra y sale por mis poros. Chucho apenas tiene once años, su madre es la señora que vende tamales todas las mañanas en la esquina de la calle; su padre, es un pobre diablo que apenas lleva un mísero gasto para irla pasando.
Sin miramientos reviso a los otros. Están secos. ¿Quién pudo haber sido? Mi madre alertada por mi escandalera se da cuenta de lo que pasa.
—¿Qué jodido es esto? Y tú, ¿qué haces sin ropa? —me pregunta; ni cuenta me había dado de mi ridículo estado. En eso entra Julieta, ve con estupefacción el grotesco cuadro y sale corriendo.
—¡Maldita sea! Voy a encontrar a quien te hizo esto y voy a matarlo con mis propias manos
Sin asco tomo muestras del esperma de la vil violación. No entiendo para qué pero así lo hago. Sigue lloviendo. El clásico ruido de quien extrae unos compactos me alerta. ¡El negro! Corro hacia él, pero ya no esta. Busco a Julieta, tampoco la hallo. Un grito que llega de la calle previene de algo... Voy a hacia allá; es Julieta, está al lado de otro compañero. Algo se le cae: son los compactos. "¡Tú fuiste!", lo increpo violentamente; él, sin atinar qué hacer, solo retrocede. En su cara adivino el terror de quien es descubierto. De pronto, un banderín de los que se usan para indicar la zona de tiro de esquina es lanzado desde otro punto. Cae directamente en el pecho del violador, cruzándolo de lado a lado.

Me acerqué, invadido por una curiosidad insana. Lo que vi, nunca lo comprendería. No había un solo sujeto, sino que eran dos... Unidos por el mismo tronco, de las manos del negro se zafan unos zapatos.
—Te lo advertí, estúpido, que no lo hicieras. Pero no me hiciste caso... ¡Y ya ves en qué acabó!
Con el ultimó estertor, el otro lado del cuerpo, ese malformado mellizo, del cual el negro solo se conocía, abrió los ojos desmesuradamente... y así quedo.
Después de unos minutos apareció Julieta, completamente enlodada; su ropa tan menuda ahora era más pequeña. La abracé y besé sus labios.
—¡Vámonos antes de que venga la policía —musitó. Nunca supe qué paso... Llegamos a la casa. Mi madre tenía la mirada perdida; a Chucho, sentado, le seguía escurriendo ese líquido de sus intestinos.
—¡Ve a bañarte! —le ordené, mientras con un trapo me secaba la lluvia de esa noche.

FIN



mario a.

miércoles, 14 de marzo de 2012

cementerio que son los blogs


Por qué?


Los blogs, son enormes tumbas de un hermoso cementerio de ideas y cosas?

Cuáles son los motivos para erigir estos monumentos de belleza y fantástica profundidad?

O será solo mi chaparra mirada, que no alcanza mas allá de mis cuatro paredes que me asilan del mundo, de 9pm a 3 am, casi todos los días?

Sepa, no tengo respuestas, como tampoco publico que me las conteste…

Una reflexión más trivial, que no llega a nada.


Saludos

Mario a.

sábado, 10 de marzo de 2012

De aquí a la eternidad

Margarita
De aquí a la eternidad, de aquí hasta donde el olvido me llegue… hasta ahí te amare.
No es que sea ingrato, pero el tiempo  es capricho; cuando menos vemos, ya paso, siempre rápido. Las señales que van quedando grabadas en la cara, en las manos, por todo el cuerpo.
Los arboles tardan mucho para secarse, en cambio nosotros; pos no, así de repente nos envejecemos. Así de repente ya somos viejos. Y los amores así… pos no duran.
Perdona mi franqueza, que más suena a cinismo. Pero para que te voy a engañar, con promesas simples. No te voy a olvidar tan fácilmente, no te voy a olvidar ¿se puede olvidar el nombre de uno? Sabes que no, pues así eres tú, eres mi nombre… aunque claro, te digo algo: nunca me ha gustado mi nombre. No me hagas caso, no quiero decir que tu nunca me has gustado; claro que sí.
Solo que  cuando envejecemos nos hacemos pequeñas criaturas de lo que fuimos algún día.
Si ese es el punto. Odio la vejez; cronos es implacable a la hora de sorprendernos en la tarde de nuestras vidas, a veces surcos secos donde no hubo semilla. Las espaldas se doblan ante el peso de los muchos años, amontonados en cestos de mimbre, dispuestos en largas filas. Manos invisibles nos los cargan… y ni cómo hacerse a un lado.
Eso es trágico, pero si el musculo no se quiebra ante lo inevitable,  pues menos la memoria.
De aquí a la eternidad, de aquí hasta donde el olvido me llegue… si es que antes  la guadaña no corta los hilos que mueven el motor de mis existencias. En fin, para que ponernos melancólicos; siempre lo has dicho: lo bonito es vivir el aquí y el ahorita… con eso pienso que a veces solo me das por mi lado, que no me tomas en serio; a mis cincuenta y tantos ya no me entusiasmo con facilidad de las novedades, será que ya crecí…
Cuando apenas  era un niño deseaba ser grande para poder salir a la calle. Cuando fui un mocoso joven, ansiaba con loco delirio ser mayor.  ¿Y ahora? No pos no, ahora solo quiero detener los años… pero como, ni dios puede.
Tienes mi promesa que solo será rota al viento del tiempo, es más de lo que puedo ofrecerte. ¿De ti que espero? Que se puede esperar de quien no conoce la paciencia. Si no lo mismo de lo ofrecido…

E. S.

20 noviembre 1956


Cuando la abuela murió, mi abuelo se derrumbo, pues de todo cuanto tuvo y conoció la abuela fue su preciado tesoro, ella lo acompaño en las buenas y malas. Nunca conocí a seres tan fuertes, tan recios en sus pensamientos. Moral o no, su espíritu inquebrantable, puesto a toda prueba. El abuelo perdió  más de la mitad de su vida cuando la abuela, aquella mañana ya no se levanto.  Yo de chiquillo jugué en su vieja casa de la colonia doctores, entre sus patios y habitaciones arme mil batallas. Cientas de peripecias al margen de cualquier atisbo de tragedia. En la compañía de mis abuelos, no había temores ni miedos. Ya después crecido y con titulo en mano, los vi llorar de felicidad y orgullo, su primer nieto era ya doctor; uno más de la familia Aguilar. En las fiestas decembrinas, la casa grande de la colonia doctores, vestía sus mejores galas, oropel y terciopelo cubrían las paredes, venían las familias del exilio, acudían presurosos los amigos, y los viejitos, mis abuelos, con los brazos abiertos a todos daban cobijo. Si por cosas de la vida afanosa, alguien traía lio con el otro, al hechizo del brindis del viejo Aguilar la reconciliación era ya posible, esa era la magia.
Pero todo se acabo a la muerte de doña  Margarita, las flores, los pájaros, los perros y los gatos, fueron muriendo lentamente por el abandono acumulado. Y por ultimo mi abuelo, don Tobías Aguilar, se moría igual poco a poco.
Esa tarde llegue a su casa, apesadumbrado,   de que servía ser galenos, si ante la muerte circunstancial nada podíamos hacer. Encontré que mi abuelo se columpiaba sereno en su silla, en su mano un puro a la mitad de  de la chupada y escupida de la flema escandalosa.
—pero abuelo, por dios, que no puede ya fumar; y mire cómo anda todo destapado.
Nunca olvidare su mirada, sus ojos  de profunda tristeza, eterna ausencia de emociones, ahora casi secos de todo llanto, suplicaban misericordia. Así como estaba, abrió la otra mano un papel arrugado cayó al piso. Volví a protestar y lo ayude a subir a su habitación, ya hasta muy tarde me retire, cuando pase por el saloncito trate de ordenar un poco la escenografía, sabía que mis padres, se horrorizarían de saber que estuvo fumando y mas esos puros que hasta yo le prohibí.
Levante todo y a punto estuve de tirar todo al cesto de basura cuando me dio curiosidad el papel estrujado.  Lo desenvolví  con cuidado  era un sobre y en el contenía una carta dirigida a mi abuela; la leí no una, si no muchas veces, al principio no entendía nada, pero poco  fui comprendiendo,  porque mi abuelo se me moría, inexorablemente, aunque ya tarde, había descubierto que su mujer, a la que adoraba con loco frenesí, a la que presumía a  las mujeres de la familia, como tenían que comportarse, como tenían que ser respetadas y amadas… le fue infiel con su mejor amigo  el doctor Eulogio Sotomayor, que para mi mala fortuna era el padrino de papá. Con razón al enterarse de la muerte de su ex amante, precipito su llegada a México. Su larga espera no fructífero, pues quien debía de morir antes no era mi abuela, si no el  viejo doctor Aguilar.  De aquí a la eternidad, de aquí hasta donde el olvido me llegue… hasta ahí te amare.
Tal vez el olvido nunca llego, pero si la muerte.

fin

mario a.                                                                                           marzo 2012