jueves, 8 de marzo de 2012

El ordenador

Argumento para una obra teatral

Personajes: una pareja joven de casados, aburridos de sí mismos.

Ángela y Juan  se casaron muy jóvenes, apenas 18 y 17 años respectivamente, y ahora a sus 26 comienzan a sentir una incómoda rutina que los agobia. El matrimonio empieza a caer a pique. Un día, Juan trajo a casa una computadora que compró de medio uso… Desde entonces algo cambió en sus vidas; al conectarse a las carreteras de internet ambos, por diferentes caminos, descubren un sinfín de cosas que ni imaginaban que existían.

Sexo, diversión, cultura, información y más sexo. Primero es el varón quien se ancla noche a noche a la maquina, empieza por curiosidad, después una adicción tan nociva como cualquier droga; no tarda ella en caer en las mismas garras que su marido. Temprano, solo a minutos de que Juan saliera precipitado de la casa, se apoderaba del ordenador, satisfaciendo el morbo del anónimo.

Sin darse cuenta, sin proponérselo siquiera, ambos pasan horas chateando con desconocidos, que poco a poco los envuelven en letras negras y emoticonos cursis. De la palabra escrita pasan a la acción y conciertan una cita a ciegas, cada uno engaña al otro, pero… por cosas del destino, tan voluble, sus citas son el mismo día y hora, y en idéntico lugar, cerca de donde viven. Aprovechando la ausencia de cada uno, la misma que provocan para encontrarse con su misterioso contacto, se escabullen a la aventura. En sus silencios tratan de convencerse de que solo es un juego, una probadita inocente, un “a ver qué se siente…”.

Cuando arriban al lugar del engaño casi se topan de frente. Al reconocerse, prefieren fingir que no se han visto y con excusas inverosímiles se deshacen de sus parejas ocasionales. Enojo y engaño se abaten en nubes negras sobre sus mentes. Emprenden el regreso, cómplices sin serlo, retarda Juan un poco su llegada para darle tiempo a su mujer; que sea ella la primera en estar allá.

Es en el cafecito bar donde sepultan sus locas ansias de emociones y sensaciones a mil, es donde dejan sus pieles, donde se enfrentan a sus realidades, las mismas que los enferman. Los marchitan. Dos caminos, una sola dirección para ambos. Pobres, lejos del gozo, solo fue el pozo que los dejó más desgraciados.

Es Ángela a quien vemos ahora, mortificada, muy nerviosa. Hace escasos minutos que llegó al departamento alquilado y se entretiene mirando con extrañeza su alrededor, se detiene un poco en las fotos que cuelgan de la pared; son momentos felices, alegres que se quedaron atrapados en pedazos de papel. De repente se abre la puerta: es Juan.

ÁNGELA  —¿Acabas de llegar?

(Juan,  igual o más sorprendido, trata de aparentar una calma que no existe, esconde el rubor que lo delata ante su esposa).

JUAN  —¡Sí! ¿Y tú?
ÁNGELA  —¿Yo…? Yo no… Quiero decir que aquí estaba.
JUAN  — ¿No has salido?
ÁNGELA  — ¿cómo dices?
JUAN  —Nada… Tú no andabas en la calle. ¿O sí?
ÁNGELA  — ¿A dónde? Digo, a donde puedo ir. ¿Pero dime cómo te fue en el círculo de lectura?
JUAN  — ¿El circulo? ¡Ah, el círculo, de lectura!… Pues bien, bien.
ÁNGELA  — ¿Fueron todos?
JUAN  — ¿Todos? ¡Sí!, todos, todos fueron! ¿Ya  te habló tu hermana Chelo?
ÁNGELA  — ¿Chelo? Mi hermana Consuelo, dirás
JUAN  — ¿No me habías dicho que te habló ayer, para ver si iban a ver a tu madre?
ÁNGELA  — ¡Ah, sí! No, no hablo; o ya no supe.
JUAN  — ¡Cómo que no! ¿Estabas o no estabas?
ÁNGELA  — Sí, estaba, ¿adónde podría yo estar entonces? ¿A qué hora terminó tu participación?
JUAN  — ¿Participación? ¿Cuál?
ÁNGELA  — ¡Cómo cuál! Pues la del circulo literario…
JUAN  — ¡Ah, esa…! Como unos treinta minutos más o menos.
ÁNGELA  — ¿Tan poco…? ¿Pues donde fue? Si a veces te llamo y no tienes hora para llegar.
JUAN  — No, lo que pasó es que fue en Tepalcates cerca del metrobús.
ÁNGELA  — ¡Tepalcates! ¿Y qué hacías en Tepalcates?
JUAN  — No precisamente en Tepalcates; no seas tonta, abajo, en la facultad de medicina en el ENEP ZARAGOZA que está cerca.
ÁNGELA  — ¿En Guelatao? Eso está una estación más adelante de Tepalcates… ¿Que no dijiste Tepalcates?
JUAN  — Me confundí, fue en Guelatao
Ángela—Pues de todos modos llegaste rápido.
Juan—No exactamente, tal vez un poco más… Una hora; ¡qué se yo! Pero ¡qué importa!, ya estamos aquí.
ÁNGELA  — Es verdad, es lo que vale…
JUAN  — ¿Entonces no fuiste a ver a Chelo?
ÁNGELA  — Ya te dije que no, nunca me escuchas, nunca oyes lo que te digo.
JUAN  — Te creo, no te enojes. [i](Y añade, como murmurando para sí: )[/i] ¡Tepalcates…!
ÁNGELA  — ¿Qué pasa con Tepalcates?
JUAN  — ¿Los conoces? ¿Has andado por ahí?
ÁNGELA  — Humm… En alguna ocasión, ¿por qué lo preguntas?
JUAN  — ¿Te ríes? ¿Te causa gracia algo, o recuerdas algo?
ÁNGELA  — ¡Reírme! ¿De que hablas? ¿Qué hacías allí?
JUAN  — ¿Yo?, ¿¡donde!?
ÁNGELA  — ¡En Tepalcates!
JUAN  — Que no estaba en Tepalcates sino en Guelatao.
ÁNGELA  — Es cierto, lo dijiste. Entonces ¿por qué mencionas Tepalcates? ¿Ahí que hay?
JUAN —¡Yo qué sé! ¿Qué hiciste de comer?
ÁNGELA  — No tuve tiempo, estuve ocupada en otras cosas.
JUAN  — Cómo en qué… ¿Ocupada en qué?
ÁNGELA  — ¿Como en qué?, pues en la casa…
JUAN  — ¿En la casa? Yo la veo igual que cuando salí en la mañana, todo tirado…
ÁNGELA  — ¡Cómo eres! Siempre me la paso en medio del quehacer y nunca reconoces mi esfuerzo… En serio te pasas conmigo.
JUAN —Te noto extraña. ¿Saliste?
ÁNGELA  — No. ¿Por qué lo dices?
JUAN  — Estás arregladita, maquillada y con tus zapatos nuevos.
ÁNGELA  —¡Ah, no! Para nada. Este sí, un rato con la señora Inés, pero solo un rato.
JUAN  — ¿La vecina del 72?
ÁNGELA  — ¿Conoces otra Inés?
JUAN  — ¿Que no es la que andaba de viaje por su tierra?
ÁNGELA  —Este… Ya regresó, sí.
JUAN  — ¡En serio! Como me dijo que llegaría en dos semanas… Luego paso a saludarla.
ÁNGELA  — No, como crees… A propósito, ¿qué te comento Román?
JUAN  — ¿Román? ¿Comentarme de qué?
ÁNGELA  — ¡Ay, Juan!, ¿se te olvidó preguntarle si va a asistir su esposa al curso de yoga que voy a dar en los talleres? Porque sí fue Román, ¿o no?
JUAN —… ¡Pues claro que fue!
ÁNGELA  — ¿Y hablaste con él?
JUAN  — ¿Con Román?
ÁNGELA  — Si, con Román. ¿Fue o no?
JUAN  — Este… Pues no… ¡O más bien no lo vi!
ÁNGELA  — Entonces ahorita le hablo…
JUAN  — ¿Para qué, mujer? No, mañana yo lo veo en el trabajo; ni que fuera tan importante el curso.

[i]Se quedan callados, cada uno por su lado observa distraído el reloj, se pasean nerviosos, mezcla de celos y pena. Como duro aguijón las dudas se hunden en la piel. El silencio es una losa difícil de llevar a espaldas. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Hacia dónde ir en el pequeño departamento?
Sin darse cuenta los dos ahora fijan su mirada en la pequeña computadora, la ven con recelo, como una cómplice que solo esperó el tiempo necesario para discriminar su inocencia en los juegos que ellos fueron fabricando en algodones de nubes. De un solo soplido se deshicieron en la nada; la computadora no fue culpable.

JUAN  — ¿Hoy no la usaste?
ÁNGELA  — No. Solo un rato antes de irme…
JUAN  — ¿Ir a donde?
ÁNGELA  — A ningún lado, ya te dije, fui con la vecina… ¿Ayer te quedaste muy de noche con la maquina? Era la una de la mañana y aún estaba prendida. ¿Con quién chateabas?
JUAN  — Con nadie, ¿con quién quieres tú que chatee…? No tenia sueño y estaba revisando mis correos; solo eso. ¿A esa hora estabas todavía despierta?
ÁNGELA  — Tampoco tenía sueño, estaba un poco nerviosa y no podía dormir…
JUAN  — Mmmm…
ÁNGELA  — Y ese mmmm… ¿qué significa?
JUAN  — No, nada. Solo que…, pero no, nada.
ÁNGELA  — ¿Y ahora me dices qué te ocurre?
JUAN  — Lo que la otra vez te platiqué... ¿recuerdas?
ÁNGELA  — ¡Eso! No empieces; ya sabes que esos juegos no me gustan, ¡por quién me tomas…!
JUAN  — Entonces ¿para qué preguntas?
ÁNGELA  — O sea, ayer sí estabas chateando tus marranadas, ¡no te digo…! ¡Qué poca tienes, Juan!
JUAN  — ¿Me viste?
ÁNGELA  —  No te digo que no… pero sé bien que lo estarías haciendo.
JUAN  — ¿Me vistes?
ÁNGELA — No, pero…
JUAN  —  Y en cambio a tu cuenta siguen llegando esos extraños correos de “tus amigos”…
ÁNGELA  — Ya te he dicho que no te metas en mis cosas. A poco yo reviso tus correos; respeta Juan, no seas encajoso… no abuses.
JUAN  — Ya, ya, mujer, no es para tanto, solo decía.
ÁNGELA  — Es que te pasas, yo desde que trajiste la compu, para nada te fisgoneo o te estoy checando. No ¿verdad? Entonces tú no lo hagas, por favor.
JUAN  — ¿Qué tienes…?
ÁNGELA  — ¿Qué tengo de qué…? ¿De qué me hablas? ¿Te sientes bien, o qué te pasa?

Por fin los dos se derrumban en las sillas del modesto comedor, sus vidas de por sí vacías, ahora están más confundidas, alocadas; pero terriblemente más vacías… Aquí es cuando las decisiones se enfrentan o se pierden.

No hay manual, no hay consulta, no se puede encontrar en el ordenador aquello de lo que los dos carecen. Sin terminar la obra, el espectador tiene la posibilidad de sugerir que continua.

Fin. (Que no es fin)

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