sábado, 19 de septiembre de 2020

NOCHE DE BRUJAS

Pasaron 4 semanas desde aquella noche en la cual la luna destilaba sangre, una luna gorda, grande, perfectamente redonda, la ausencia de las nubes la hacía verse más enorme, daba la impresión que de un momento a otro aplastaría esta tierra con su voluminoso peso.

 Las calles en esos, momentos desierta, se llenaron de sombras que doblaban la esquina, pasos uniformes iban, en dirección a un punto indefinido de la ciudad, pude contar a sí al tanteo 4 o más siluetas que se confundían entre la luz lunar, una de ellas, al parecer el jefe se paró , lentamente giro su cuerpo, su mirada se clavó en mi persona, que por juegos de la vida me encontraba en ese mismo instante y lugar; quede inmóvil, petrificado como esos relatos de miedo.

 Y eso era realmente lo que tenía miedo, mi corazón latió con mayor rapidez, con escándalo. 

 —¿Tu qué?— Me pregunto el sujeto, no dije nada no podía decir nada estaba completamente asustado, la voz de aquella persona, si es que era persona sonaba cavernosa, hueca como si no le saliera la voz por la boca; mas bien por otro lado de su cuerpo, un cuerpo que a la luz del farol se distinguía abultado, alto de largo brazos obesos, sus pies calzaban grandes zapatos que los dos míos semejaban uno solo suyo.

 Volvió a preguntar: —¿Qué haces aquí? — Por fin logre pronunciar palabra: —Nada, nada. Las otras, criaturas me miraron amenazantes, retadoras sus ojos, que fue lo único que recuerdo de estos, parecían cachitos de esa luna, que arriba todo lo presenciaba. 

 —Ordeno el gigantón – No me gustan los hombres como tú. ¡Vete, lárgate! Algo saco de entre sus ropas, una especie de polvillo amarillo ¿O qué sé yo? Olía a rayos, me acorde, que a sí hedía de tan feo el canal, que todos los días atravieso de mi casa rumbo al trabajo. 

¡No, no! esto olía peor, me arquee instintivamente, e iba a volver el estómago cuando sentí en las asentaderas un tremendo puntapié; caí al pavimento un tanto atontado, fue cuando hice otro descubrimiento; que me atemorizo aún más: Eran mujeres; la más grande vestía una falda con un horroroso suéter negro, que hacia juego con la cabellera larga y despeinada. Otro, o más bien otra vestía un pantalón grueso, sus cabellos sueltos cubrían su rostro; solo sus ojos logre ver por instantes. 


Una tercera que tenía unos ojos cómos aterrados, se amarraba el pelo con una cintilla, su vientre voluminoso, una joroba grotesca le daban un aspecto de gravedad a su deforme apariencia. La ultima mujercilla que a diferencia de las otras, tres era aún más asimétrica, por su pequeño tamaño. Enana, gorda, su boca chica parecía una línea dibujada que propia. 

Su cabello ondulado, tieso, sucio, la hacían verse vieja, de las cuatro brujas que me atacaron. ¡Por qué lo juro, eran brujas! Yo las vi. Todavía me quede como menso un largo rato; me dolía el trasero y al caer de bruces me raspe la frente – ¡Mira, aquí mero! ¿Ya vistes? ¿Cómo, si? Tu bien sabes que yo no bebo, menos le hago a esas cosas. A lo lejos, y cuando la luna llena recobraba su tamaño normal las escuche reírse, como burlándose.

Alce la vista iban carcajeándose, te juro, no caminaban, flotaban en el aire apestoso que dejaban a su paso. Por si las dudas hice la seña de la Santa Cruz, como lo había visto en las películas del Santo. Cerré los ojos, cuando los abrí ya no estaban, ni escuchaba sus risitas escandalosas, me vine como pude, y aunque no logre dormir nada esa noche fui al trabajo, al otro día. 

El encargadoal verme me dijo algo así. — ¿Qué tienes José, te veo raro? ¿Estas enfermo o qué? —No señor, lo que pasa es que ayer... ¿No me creería?-Pensé Rápidamente, para que decir, pensara que estoy loco o soy un miedoso. —No, nada señor, no me pasa nada. 

—Está bueno José. A darle pues. Así transcurrió la mañana; la verdad era que yo no estaba allí, mi mente estaba en la noche anterior. A la hora de la comida me volvió a buscar encargado.

 — ¿Qué te paso José? ¿Ese guamazo en la frente donde te lo hiciste?

 —No es nada, en serio. — ¿Fue ayer en la noche; cuando salimos ya muy tarde, verdad? —Sentí que algo me quería decir. Como queriendo confirmar algo; no sé, lo notaba extraño. Sentía una rara insistencia en sus palabras. 

 Así que mejor platique lo sucedido; total, a ver qué pasaba. Le dije, lo de las brujas, lo de la luna roja, Lo de los polvos amarillos. 

— ¿Y qué crees; Lo que me respondió el pobre Cornelio, el encargado?

— ¿Tú también José? ¿Tú también las “vistes”? Me quede callado, absorto, sin palabras. Él siguió diciendo, solo como para convencerse más. 

 —Yo igual las vi. Son cuatro; una grande y patona, otra como loca perdida, una jorobada y la última, enana y fea. Las cuatro están horribles...

 ¿”Las vistes” José? ¿Las “vistes”?- —Si-Pronuncie con mucho temor —Yo las vi hace ya tiempo, cuando tuve que esperar el último embarco. ¿Te acuerdas? Fue cuando no vine un par de días. Ayer de plano, mejor me quede aquí. Te iba a decir, pero pensé que eran tonterías mías. Por eso no te dije nada. Se descubrió la rodilla. 

— ¡Mira! Ves esta cicatriz también me tumbaron a mí antes de irse volando por ahí. Tuvimos suerte ¿O no, José? 

Se me erizo el cuero solo de sentir esa sensación de miedo que va cubriendo poco a poco el alma, hasta hacerla chiquita, insignificante; bastaría un simple soplido para derrumbarla.

 —Será mejor que nos apuremos, para irnos temprano. Todavía es noche de luna llena. Mientras se bebía una cerveza negra. Después se levantó y se marchó a trabajar.

 Cuando termine de comer, tenía apuro por acabar pronto mis quehaceres. Justo a las 6 de la tarde, el “poli” cerro las puertas de la factoría; me cambie con presura, tome el micro rumbo para acá. 

Me estremecí de puro espanto cuando pase por esa apartada zona de la ciudad, tuve alivio comprobar que el transporte estuviera atiborrado de gente, (Cosa que antes maldecía). 

 Mire al cielo, la luna aunque completa, no se divisaba extraña; su blanco, como los quesos que venden en las cremerías me inspiraba tranquilidad. 

 Llegue a la casa cuando tu cenabas, me uní a ti; lo menos que deseaba era recordar esa otra noche. Así que cene en silencio y pronto nos fuimos a dormir.
Si hoy te lo digo es porque ya han pasado muchas semanas, y nada aconteció; pensando que nada debiera de acontecer... 

Pero sin embargo al notar el color de la luna: rojiza como sangre de mis venas. Mejor te advierto; no salgamos hoy, mejor mañana. Mañana será otro día, y tal vez otra la noche.

                                                                            FIN

 Autor: MARIO ARCHUNDIA CORTES 

 9 de marzo 2003 01 de la mañana

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